domingo, 30 de marzo de 2014

Memorias de un viajero.

   Aferrándose a la barra de metal, a una de esas barras que hay en los trenes que sirven para sujetarse, agarrado a esa barra el hombre permanecía de pie.
   Había asientos libres, y él era consciente de ello. Aún así permanecía de pie, con el tren en movimiento, desequilibrando éste su verticalidad. Pero él prefería ese movimiento constante que le obligaba a estar despierto, a tener el cuerpo atento, para no caer. Prefería esperar de pie, pues demasiado tiempo ya había esperado sentado. Sentado en el frío, con el cuerpo entumecido y el viento helado filtrándose en la nuca. Sentado en el calor, con su cuerpo a gusto, relajándose, quedando su visión y mente sedadas, ajeno por entero a su alrededor.
   Ya había esperado demasiado tiempo sentado. ¿A qué? sólo él lo sabe... viajero en el tiempo. Sus únicos compañeros un reloj de pulsera y unas gafas. Al primero ya dejó de hacerle caso, aprendió a deshacerse de su cronometrada jaula para vivir realmente, y el segundo lo usa únicamente para persuadirse de que está vivo.
   Si te mira te quedas en blanco. Tan genuino... No te pregunta nada, no dice nada. Da igual cuánto tiempo lo mires, pues nunca averiguarás el color de sus ojos. Te mirará durante el espacio de tiempo exacto, ¡y sin ayuda del reloj!, y habrás tenido un instante de él, intercambiado por un instante tuyo. Pero la riqueza de ese instante tendrá mucho más valor para ti que para él, pues no colecciona miradas.
   Se suelta de la barra, el tren se ha detenido y... ¿se va? ¡No!, ¡espere, señor, aún no he terminado su historia! Señor...

   Adiós, señor.

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